Skip to main content
Primer equipo

Cuando Lucas encadenó al Racing Club de Ferrol y el Levante retornó a la categoría de Plata en el curso 95-96

Aún no hay reacciones. ¡Sé el primero!

Los jugadores que componían la suplencia granota se abrazaban con efusividad, en esa frontera que distancia el terreno mágico en el que se materializan los sueños del ostracismo que establece el banquillo, descontando los escasos segundos que restaban para la conclusión del duelo que enfrentó al Levante y al Racing Club de Ferrol un 23 de junio de 1996. El aroma del ascenso parecía apoderarse del Estadio Ciutat de València, pero todavía restaba la traca final; un epílogo de dimensiones colosales. Justo en ese instante Rodri puso el balón en acción desde la meta granota. El cuero surcó el cielo del coliseo azulgrana hasta llegar a la cabeza de Lucas Vilar. El joven atacante domesticó el esférico para lanzarse en pos de la portería defendida por Luis César. En aquella campaña cuando Lucas entraba en estado de ebullición había licencia para imaginar las decisiones más audaces. En su recorrido fue dejando prisioneros hasta enfrentarse al arquero gallego. Con un golpe de cadera desnortó al guardameta. El camino del gol estaba allanado. El feudo blaugrana explotó de júbilo (2-0).

El tiempo expiraba y el Levante retornaba a la categoría de Plata después de cinco temporadas en el inframundo de la Segunda División B. Lucas Villar apenas si llevaba diez minutos instalado sobre el césped del templo de Orriols tras relevar a César. En cierto modo, en esa corta secuencia temporal hizo todo lo que había hecho durante la totalidad de la temporada. Nadie como él supo extraer todo el tuétano a las ocasiones brindadas por Carlos Simón. En poco más de trescientos minutos, diseminados por la competición regular en el Grupo III de Segunda División B, había conseguido anotar cinco goles. La estadística era demoledora en relación al porcentaje de minutos manejados.

Había veneno en las botas de un neófito en la categoría que se comportaba con la sabiduría de un veterano o quizás se comportase con la inconsciencia de un novicio que desconocía el sentido que emana del miedo. El gol ante el Racing parecía concordar con ese último supuesto. Nada cambió en los choques concluyentes que condujeron al Levante hacia el segundo peldaño del balompié profesional. No había aparecido por el paisaje, a veces tormentoso, de los partidos ante Córdoba en Valencia (0-0), Avilés en tierras astures (0-2) y valencianas (0-1) y de nuevo ante el Córdoba en la ciudad de la mezquita (0-1). En la quinta confrontación de aquel ciclo de encuentros no necesitó aliarse con las meigas para dejar su rúbrica en forma de gol. El delantero por norma siempre respondió a las exigencias de Carlos Simón en un ejercicio liguero inolvidable desde un prisma personal y también colectivo.

Quizás la historia haya dimensionado el gol de Lucas. Aquel ascenso va estrechamente asociado a su imagen celebrando aquella diana sobre la esquina que colinda entre la hoy tribuna oeste y la grada de Alboraya justo en ese emplazamiento sobre el que se alza el Raconet de Raimon, pero la verdad es que acontecieron más vicisitudes en aquel partido redentor que alivió la maltrecha psique de los seguidores locales. Todavía no se habían difuminado los fantasmas del Ecijazo en la promoción de ascenso del curso anterior (94-95) tras encadenar trece victorias enlazadas en un amanecer de Liga demoledor. Lo cierto es que aquel Levante parecía bendecido tras el triunfo frente al Córdoba (0-1). El gol de Raúl Marmol cambió el sino del Play-Off.

El grupo de Carlos Simón saltó al pasto ante el Racing de Ferrol dependiendo en exclusiva de sus prestaciones. La victoria era el pasaporte para la Segunda División A. Apenas unos meses antes, con la finalidad de rubricar esa pretendida alianza con la categoría de Plata, los mandatarios blaugranas apelaron a la sorpresa para presentar en sociedad a Quique Setién como jugador levantinista. La apuesta por el ascenso era patente. El centrocampista se despidió del fútbol en activo en el coliseo de Orriols. Atrás resistía un centelleante currículum entre la aristocracia del futbol nacional. Lucas remachó el ascenso, pero no habría que olvidar que fue Pascual quien derrumbó los muros de la portería gallega en el primer acto. Por cierto, el aterrizaje de Lucas fue tan impetuoso como vertiginosa fue su desaparición tras hilvanar infructuosas cesiones al Gavà o Gandía. Y es que todo fue veloz en su hoja de servicios como futbolista granota.