
Del gol de Alexis a la diana de Rubén Suárez; el Carranza, un estadio de excelentes recuerdos
Aquella tarde dominical el eco de la victoria conquistada por el Levante de Manuel Preciado en la Tacita de Plata determinó que la fórmula del ascenso cuadrara de manera definitiva. Eran tiempos de certezas y de verdades que podían ser absolutas. La ciencia de las matemáticas advertía del punto exacto en el que la escuadra azulgrana podría certificar su conversión inmediata en sociedad vinculada al universo de la Primera División así como de las condiciones necesarias para formalizar ese salto de unas dimensiones considerables. La jornada resultó perfecta desde una perspectiva emocional para aquellos irreductibles granotas que se desplazaron por carretera hasta Cádiz, si bien restaba por el horizonte un interminable viaje de retorno hacia Valencia atenuado por los efectos de una victoria de signo incotestable. Los goles de Alexis, Sérvulo y Aganzo supusieron el inicio de la cuenta atrás.
El epicentro de la acción se trasladó a Xerez. Era el punto geográfico escogido por el caprichoso destino para enterrar más de cuarenta años de desolación. La cita estaba programada para el sábado cinco de junio de 2004. Y el Levante dependía en exclusiva de sus propias prestaciones. En ese sentido, su mirada quedaba congelada sobre el verde del Estadio de Chapín. A nadie le importaba lo que pudiera acontecer allende los muros de la instalación jerezana. Todo quedaba en un plano secundario. Antes de aclarar y poner en orden el futuro más cercano, el Levante de Preciado realizó un ejercicio de geometría en el antiguo Ramón de Carranza. Fue una actuación imperial durante noventa minutos repletos de pasión. En realidad, nunca hubo espacio para el debate, ni para alentar la controversia.
La entidad azulgrana fue coherente con el sentido íntimo y personal que adquiría el encuentro. Podía prologar un ascenso ansiado. Alexis fue el heraldo de esas emociones con un cabezazo imponente que batió a Navas. El gol llegó en el minuto quince del enfrentamiento. Fue una diana reveladora de las intenciones de un bloque comprometido con una causa y con una idea. En la vida hay que aprovechar la coyuntura cuando resulta favorable. El zaguero canario personificó esa tendencia. Abordó el área amarilla con empeño y determinación para acometer la conquista de un duelo marcado por las dianas de Sérvulo y Aganzo. El Carranza despidió a los jugadores levantinistas con honores reconociendo la magnitud del triunfo.
Una victoria en el curso 09-10 para proyectarse hacia el ascenso
Unos años más tarde, temporada 2009-2010, los protagonistas convergieron en el mismo escenario, aunque el eje de la cronología no establecía una concordancia con el pasado. La competición no cercaba su ocaso, pero el Levante se lanzó al abordaje del Cádiz con la furia de un corsario en un ejercicio de reafirmación individual y también grupal. Fue en la jornada vigesimotercera de la competición. Y todavía no se divisaba el desenlace del trayecto liguero, pero había indicios para apelar a la épica en un curso repleto de simbolismo en el contexto de la celebración del primer centenario de la institución azulgrana. Hay victorias que te acercan físicamente a un objetivo y hay triunfos que presagían desafíos supremos porque te dotan de la fortaleza necesaria para acometer obras de una magnitud extraordinaria. Parece que fue el caso a la vista del desarrollo de esta historia.
Un Levante en luna creciente, tras un final de 2009 convulso, retó al Cádiz en su propio estadio, se sobrepuso a una inferioridad notable, como secuela de las expulsiones de Xisco Muñoz y Juanlu en los minutos 46 y 63, y emergió con una victoria revitalizadora que consolidó su espíritu indómito. El partido reunió todos los ingredientes para que perdure en la memoria del levantinismo. Su relato recordó las epopeyas de la Antigüedad Clásica. Rubén Suárez y Héctor Rodas adelantaron al grupo de Luis García. Toedtli recortó una distancia que amplió Juanlu (1-3). Con nueve gladiadores blaugranas batiéndose con ardor, Toedtli amenazó la victoria (2-3). No obstante, Rafa Jordà desterró fantasmas para aprisionar una victoria trascedente y relevante más desde un prisma mental que numérico.