
Demasiado castigo sobre el verde de Balaídos (3-0)
Quizás el paisaje de la confrontación entre el Celta de Vigo y el Levante bien pudo mudar en el minutos setenta cuando la galopada de Ivanschitz concluyó con un potente disparo que hizo temblar la portería de Sergio. Quizás podría argumentarse con hechos, difíciles de rebatir, que la diana de Larrivey, que significó el estreno de la cuenta anotadora del Real Club Celta, y que mermó la ahajada y maltrecha moral de la tropa azulgrana nunca debió validarse en virtud del posicionamiento del atacante sudamerica levemente situado por delante de los defensores azulgranas; o lo que es lo mismo, en claro fuera de juego. Y también podría advertirse que el segundo y el tercer gol de la escuadra local arribaron con el Levante en inferioridad tras el fuerte golpe sufrido por Diop en conjunción con el severo golpe en el muslo interno que sufrió Héctor Rodas y que inclusive le impidió participar en los minutos finales del enfrentamiento en tierras gallegas. Podría utilizarse el término condicional con el fin de efectuar una valoración del duelo materializado sobre el verde del feudo de Balaídos, pero el fútbol es una disciplina marcada principalmente por las certezas.
Así que las incertezas no tienen cabida en los análisis post-partido básicamente porque nunca llegaron a certificarse, ni a concretarse en términos tangibles. La certeza es que el arrebato de Ivanschiz lo escupió el larguero de la meta celtiña con virulencia cuando parecía que la igualada podía presagiar el inicio de un nuevo encuentro. La certeza es que el gol de Larrivey quedó impreso y reflejado en el luminoso, pese a la dudosa posición del ariete vigués. Y otra de las certezas es que cuando parecía que el Levante llegaba de nuevo a la confrontación y que podía rebatir el estricto orden creado por el Celta quedó desnortado. La fatalidad del contratiempo físico sufrido por Héctor conjugó en el tiempo con el segundo tanto obtenido por un omnipresente Larrivey que se coló por el hueco que se abrió en la retaguardia mientras que el gol definitivo sorprendió a Mariño tras un remate de Álex López cuando el partido ya había expirado.
Parece evidente que la mala suerte no puede convertirse en la única lectura explicativa de la derrota granota saldada en territorio vigués en el choque del estreno de Alcaraz en el banquillo, puesto que sería un error, aunque habría que apelar al infortunio para relatar el desarrollo de las acciones más claras y puntuales de la cita con capacidad absoluta para variar el significado semántico del encuentro, por paradójicas y extremadas que parezcan la unión de ambas ideas. No conviene caer en el apocalipsis aunque hay que cambiar la tendencia presente. Por esa coyuntura tan enrevesada y difícil de abandonar atraviesa el actual Levante. Su fútbol, extremadamente delgado durante algunas fases del encuentro, no le dio para acercarse con peligro a los dominios de su adversario. Por el contrario, cualquier vicisitud de signo negativa amplifica notablemente sus consecuencias para advertir de la llegada del fin de los tiempos.
Cuestión de meygas, en una zona de la geografía con tendencia al embrujo, o cuestión de las circunstancias que acompañan al Levante en un turbio arranque de la competición en la Liga BBVA. Alcaraz, en su debut como preparador granota, trató de acorazar al colectivo granota en la búsqueda de espacios sobre los que abalanzarse sobre el Celta. Ese fue el plan inicial planteado sobre el verde; dos líneas muy juntas y ordenadas con Barral como vértice más adelantado. Pape Diop y Simao se asociaron en la medular con Rubén y Morales por los costados. El bloque sobrevivió hasta la llegada del segundo gol de Larrivey, aunque en el arranque de la segunda parte de la confrontación el preparador granadido movió el banquillo para revolver a sus jugadores. Xumetra y Casadesús entraron en el campo con la finalidad de dotar de mayores soluciones a la vanguardia. Y el disparo de Ivanschitz generó una ilusión que se desvaneció.