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El destierro del Carlos Belmonte, cuando el Levante jugó como local en el campo del Albacete

El Levante afrontó la despedida del atribulado ejercicio 1981-1982 en el Estadio Carlos Belmonte de Albacete. No cerró el curso como foráneo ante la escudería manchega. El calendario anunciaba un choque entre el Levante y el Elche en tierras valencianas. Aquella jornada dominical el bloque azulgrana ejerció en calidad de local. Los motivos de este destierro hasta el corazón de La Mancha hay que rastrearlos en virtud de los hechos acontecidos en el choque que cruzó a las huestes blaugranas y al Málaga en el hoy Ciutat de València vinculado a la antepenúltima jornada del campeonato liguero en Segunda División.

El partido estuvo marcado por los dos goles obtenidos por la escuadra andaluza en el descuento que propiciaron la remontada y, por ende, la derrota granota (2-3). Fue un desenlace cruel que encolerizó a los seguidores blaugranas. El Levante se aferraba a la vida en aquella cita. Su rédito parecía agotarse. Las crónicas de la época resaltan que su discurso sobre el verde mereció mejor suerte, pero la victoria se escurrió sin remisión. Los goles que parecían redentores de Víctor y Eulate, que enjugaban la diana madrugadora de Peribaldo, no sirvieron para aprisionar una victoria innegociable. En un curso que germinó desde la contradicción, el colectivo perdió los puntos y cualquier atisbo de abastar la permanencia.

La respuesta de los aficionados locales fue iracunda. El trío arbitral focalizó las protestas. La grada reclamó fuera de juego en la acción del primer gol del Málaga (0-1). El tercer gol, ya con el tiempo cumplido, exasperó los maltrechos ánimos de la afición. No fue fácil desvelar si el cabezazo de Serrano traspasó la línea de gol de la meta de Carrasco. El Nou Estadi bramaba. Uno de los asistentes, por entonces juez de línea, precisó atención médica y aunque los mandatarios de la entidad trataron por todos los medios de rebajar los efectos de la crisis suscitada, el principal órgano gestor del balompié decidió aplicar un contundente veredicto. No hubo indulto. Ni perdón. El Nou Estadi sería clausurado por un partido.

La consecuencia de esa decisión fue que el enfrentamiento ante el Elche debía disputarse en una instalación alternativa al coliseo del barrio de Orriols. Después de barajarse distintas opciones, la cúpula dirigente granota optó por trasladar al equipo hasta Albacete para oponer resistencia a un Elche descamisado que volaba en la clasificación hacia la Primera División. Era una sensación totalmente desconocida. Nunca hasta aquella fecha el Levante, desde el estreno del coliseo de Orriols en septiembre de 1969, había abandonado sus muros para disputar un duelo como casero.

Aquel encuentro estuvo caracterizado por los antagonismos entre los adversarios. Las paradojas del fútbol en noventa minutos de juego. La entidad franjiverde alimentaba el sueño de un ascenso a Primera División que no era utópico, si bien no dependía en exclusiva de sus propias prestaciones. El encuentro no tuvo intrigas. No hubo suspense en su desarrollo (1-6). El incuestionable triunfo ilicitano no proyectó al Elche hacia la principal división. El Levante se despedía del universo de la categoría de Plata en el Carlos Belmonte. Su suerte ya estaba echada. Y tardaría bastante en poder pisar el segundo peldaño del fútbol profesional.