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Primer equipo

El día que el Levante defendió el liderato de la Liga BBVA ante la Real Sociedad

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Parecía como si la luz del coliseo del Ciudad de Valencia se hubiera difuminado para iluminar con fuerza, y en exclusividad, un espacio focalizado por la figura de Rubén y la meta defendida por Bravo. El duelo entre el arquero y el atacante estaba establecido. Nada, ni nadie parecía interponerse entre ellos. Únicamente el balón. Y cualquier cosa podía pasar cuando partía de las botas envenenadas de Rubén El partido languidecía después de atravesar una montaña rusa de emociones y de vaivenes de muy distinta índole. Los goles fueron cambiando el diseño de un encuentro impetuoso. Los dos rivales se habían golpeado con extremada contundencia sobre el verde con anterioridad y parecían firmar una tregua (2-2) que Rubén pretendió poner en entredicho. El cronómetro se precipitaba por el tiempo suplementario y la banca podía saltar por los aires.

Rubén siempre cotizó al alza desde la estrategia. Era, y es, letal y mortífero. Sus recursos eran, y siguen siendo, ilimitados en esa perspectiva del juego. Sus botas parecían estar teledirigidas. Se trata de un aspecto que singulariza su carrera como profesional. Y el enfrentamiento moría con una acción de las que solían agitar el sistema nervioso del jugador asturiano. Villanueva Iglesias fue inapelable. La falta en las inmediaciones del área realista generó una sensación de pesadumbre entre los estamentos vascos. El efecto fue el contrario entre los moradores de Orriols. El Ciutat rugía. Tenía facultades para prever una actividad sísmica en las inmediaciones de la zona resguardada por Bravo. Rubén era capaz de convertir lo más asombroso en un hecho cotidiano cuando se enfrentaba a este tipo de prácticas. El pasado se convertía en un aval.

La intrahistoria acentúa la reacción de los mandatarios de la escuadra blanquiazul. Los rectores parecían revolverse en las butacas presidenciales del palco de autoridades. Según advierten preguntaron a la delegación granota por la fiabilidad de Rubén en ese tipo de acciones. No hubo especulaciones al respecto, quizás iniciando una guerra de un alto contenido psicológico. Las respuestas aumentaron la sensación de angustia que les recorría. Todavía estaba muy presente en la retina de los seguidores azulgranas la resolución de una maniobra de similar contenido en Riazor durante la temporada anterior. Rubén tomó carrerilla, pateó y marcó. El balón tomó una velocidad sideral y como si tuviera la facultad de pensar y adquirir la vida, se arqueó ligeramente para colarse rozando la cepa del poste ante la mirada angustiada de los dirigentes realistas. El Levante defendía por vez primera en su historia el liderato de la competición. Fue en la noche del 26 de octubre de 2011. Y el bloque salió indemne de tamaño desafío.

Lo cierto es que los enfrentamientos ante la Real Sociedad, en los últimos tiempos, siempre han sido de un voltaje muy elevado. El vértigo volvió a apoderarse del choque que los adversarios protagonizaron un año después en el mismo escenario. La batalla nació con una diana de Zurutuza. El Levante se amotinó decididamente en la segunda mitad. En aquella fase del curso se acostumbró a revisar marcadores adversos en el Ciutat. Su pulso apenas tenía comparativa con el que había emitido con anterioridad. Su mirada era fiscalizadora. En esa secuencia del partido fue vertiginoso. Barkero neutralizó la diana vasca y Martins recondujo la situación desafiando el cielo de Orriols con sus habituales cabriolas que sancionaban su íntima entente con las porterías contrarias y con el gol. El atacante nigeriano estrenó su condición de jugador granota y su currículum como anotador al unísono. La celeridad fue suprema. Fueron cuarenta y cinco minutos devastadores que dejaron una tarjeta de presentación que embelesó a la grada. La tónica imperante se resquebrajó en la campaña 2013-2014 con una igualada sin goles en el envite que supuso el estreno de Baba. El curso pasado Ivanschitz rescató un punto desde los once metros en un desenlace agónico (1-1).