
“Vale chico bebemos agua”. La sentencia procede de los labios de Paco López y aunque parezca una banalidad y un hecho anecdótico es una de las frases que más resuenan a lo largo de cada una de las sesiones de entrenamiento desarrolladas por la escuadra azulgrana durante el verano en la Ciudad Deportiva de Buñol y, en tiempo presente, en la estadía de Ermelo. La hidratación es un componente clave en esta fase de la pretemporada; tan relevante por su aportación y beneficios como recuperar la condición física y ajustar los movimientos tácticos. El agua es uno de los principales nutrientes del cuerpo humano. Los estudios médicos realizados estiman que un deportista profesional puede perder entre un litro y medio y tres litros y medio de líquido a través del sudor en función de la actividad física realizada y la intensidad del esfuerzo. Beber agua es fundamental para agilizar el proceso de recuperación del cuerpo al esfuerzo y para restablecer las sales minerales.
No obstante, hay que determinar unas pautas en la hidratación con el fin de evitar la temida deshidratación. La consigna es que hay que ingerir líquidos antes de iniciar el esfuerzo, pero también durante la evolución del trabajo vertido y a posteriori. Esta fase es determinante para reparar las pérdidas. De ahí la repetición del enunciado que abre este artículo por parte del preparador, pero también de los integrantes del cuerpo técnico y médico. Las neveras portátiles repletas de hielo y de botellas se convierten en elementos visibles en el paisaje habitual que conforma un entrenamiento cualquiera del Levante. Se estima que cada futbolista puede consumir alrededor de un litro y medio en una sesión de una duración de hora y media. La ingesta de agua se acompaña de la toma de bebidas isotónicas.
Se trata de un producto recomendable en el entrenamiento porque proporciona energía para los músculos y ayuda a mantener los niveles necesarios de glucosa en la sangre. Concienciar a los jugadores es un reto para optimizar el esfuerzo. Es evidente que hay un entrenamiento más tangible. Y parece una certeza que hay otro más recóndito y secreto. La actividad no mengua cuando los futbolistas se despojan de sus botas. El epicentro de la acción en ese instante se materializa en la sala médica. La aportación de los fisioterapeutas durante el ejercicio liguero nunca es irrelevante, pero en esa etapa puede llegar a ser concluyente. Hay un trabajo de recuperación y de prevención muscular. Los análisis de sangre, las antropometrías así como las pruebas médicas que anteceden al arranque del curso ofrecen un caudal importante de información para buscar y ofrecer respuestas y establecer un protocolo específico y determinado de actuación.
“Recogemos datos para saber cómo están los jugadores en situación basal para tener la previsión de si se lesionaran saber a qué punto tenemos volver”, advierte Miguel Ángel Buil en calidad de Jefe de los servicios médicos del Levante. No es el único aspecto que acentúa. “Los medimos para darles datos al cuerpo técnico para que sepan hasta dónde pueden llegar en el trabajo porque cada uno viene en distinta situación física”. El gimnasio se convierte en un complemento añadido a las sesiones sobre el verde. Y es obligada la inmersión en pozas de agua fría durante unos minutos. Reponer los depósitos energéticos es otro de los desafíos. El desgaste es máximo en esta etapa. Un futbolista puede consumir 4.500 calorías diarias. “Nos preocupamos mucho de la alimentación para que estén bien cargados energéticamente”, confirma Buil. La cadena alimenticia está articulada y en función de esa organización está la base calórica. El almuerzo concentra una elevada dosis de proteínas y de hidratos. No hay espacio para los precocinados o los fritos. La pasta, el arroz, la carne, el pescado o la verdura forman la raíz del menú a degustar durante la comida y la cena. La fruta y los lácteos conforman el postre.