
El hat-trick de Barral ante el Málaga, la victoria cien en Primera y el inicio de una permanencia angustiosa
Nacía una confrontación de sentido apocalíptico cuando amanecía el segundo capítulo de la competición liguera del ejercicio 2014-2015. “El partido de mañana es clave, hay que darle un golpe de ánimo a la afición y al equipo”. La sentencia procedía de la mente bulliciosa de Iván López y ratificaba punto por punto el pensamiento que anidaba en en el interior del vestuario granota. No eran buenos tiempos para la lírica desde una perspectiva azulgrana. El camino que conducía a la victoria parecía esquivo. En realidad, las decepciones se acumulaban. El Levante encadenó tres derrotas consecutivas que mermaron su estado anímico y su nivel de confianza. Esa anorexia, en virtud de los resultados obtenidos, propició un descenso hacia los subterráneos de la clasificación. De ahí la relevancia de la reflexión emitida por el lateral zurdo en las horas previas al desembarco del Málaga en el Ciutat de València.
Era la jornada vigesimosegunda y para la escuadra que preparaba desde el banquillo Lucas Alcaraz restaba un largo recorrido por escrutar y desentrañar, pero la amenaza de cataclismo era perceptible en esa localización de la cronologia. El Levante cerraba la tabla por su espacio más ínfimo. El desafío estaba planteado desde mucho antes de la epifanía de una confrontación que colindaba con la angustia. La victoria se convertía en un bien irrenunciable para alejar fantasmas y para apelar a la buenaventura. Y el triunfo no escapó de los muros del feudo de Orriols. El duelo acabó con David Barral aferrado al balón mientras saludaba a la afición levantinista anclado al círculo central del coliseo. Su sonrisa era contagiosa. Era la metáfora de la gloria La imagen que protagonizó fue un arquetipo de todo aquello que había acontecido sobre el pasto durante noventa minutos infernales.
Su efervescencia por las cercanías de la meta de Kameni fue sideral. Barral recuperó el embrujo del gol en una cita subrayada en fluorescente en la agenda levantinista. Como sucedía con el Levante, el atacante andaluz estaba ávido de una dosis extrema de adrenalina y también de autoestima. Su instinto de depredador del área se materializó en un día que aparecía señalado. Fue indetectable para los defensores foráneos. El hat-trick fue revelador de los cambios que se iban a producir desde un prisma personal y colectivo. Cada uno de sus goles fue superando en magnitud al anterior. El primero permitió mitigar los efectos que se presagiaban devastadores tras la diana de Juanmi que estrenó el marcador. Mariño fue la imagen de la desolación. La grada se estremecía de dolor. Apenas tres minutos distanciaron ambas acciones. La celeridad en la reacción permitió reedificar el encuentro. Antes del final del primer episodio del duelo agitó el espíritu del Ciutat.
El Levante mudaba el sino de una confrontación que germinó desde la agonia. En la reanudación certificó los lazos con un triunfo de efectos reparadores. Solo se había consumido una hora y el enfrentamiento parecía domesticado. Kalu Uche magnificó el triunfo (4-1). “No hubiera sido justo otro resultado que no fuera la victoria”, compedió Lucas Alcaraz en sala de prensa. “Necesitábamos la victoria”, reclamó Ramis siguiendo el ideario propuesto por su entrenador. Antes el Levante había atravesado por la totalidad de los estados anímicos. Desde la melancolía derivada del gol de Juanmi hasta la euforia suscitada por la diana de Uche que certificó un triunfo redentor. El partido estaba ungido por la estadística. Fue la victoria cien en el ecosistema exclusivo de la Primera División. Quizás aquel día el Levante comenzara a forjar la permanencia consumada en la penúltima jornada en Coruña. Quebró una inercia peligrosa en el Ciutat. El triunfo era huidizo desde el golazo de Morales en la décima jornada del curso ante el Valencia y abonó un ciclo de triunfos con suspense en Orriols ante el Granada y Eibar.