
Levante-Espanyol; Cuando la victoria es cuestión de fe
Los rostros de los jugadores azulgranas en el feudo de Mendizorroza dibujaron un rictus de abatimiento cuando el colegiado decretó la conclusión del partido ante el Alavés. El epílogo fue cruel y devastador con una escuadra que supo defender la bandera de la resistencia en inferioridad sobre el verde durante una hora aproximadamente. Nada mejor que vislumbrar sus miradas perdidas sobre un infinito que únicamente ellos vislumbraban para entender todo lo que había sucedido en un minuto terrorífico marcado por el gol de Laguardia. Fue una cuchillada en el corazón levantinista. La derrota en tierras vascas fue dura por cuestiones más evidentes que no nacen precisamente desde la subjetividad. Quizás la victoria se convierta en una cuestión de fe. Es una evidencia que el choque en suelo vitoriano forma parte de un pasado que hay que desterrar con celeridad. Por suerte, a la vista del drama de Mendizorroza, la competición liguera no permite echar la vista hacia atrás. Tampoco permite mortificar la herida. Hay una continua huida hacia adelante. Hay que alejar la angustia y formatear la mente para apelar a la esperanza. Los ojos de los jugadores granotas a la conclusión del último entrenamiento de la semana reflejan tensión e ilusión. Quizás sea una buena señal.
Y ese futuro más a corto plazo, desde un prisma competitivo, acentúa el duelo ante la escuadra que prepara Quique Sánchez Flores. El enfrentamiento no admite disquisiciones. El partido no conlleva el signo de la interrogación. El mensaje es claro y diáfano. Y no hay dudas al respecto. El valor de la victoria adquiere un contenido capital para las huestes granotas. No hay evasivas. Ni excusas. La batalla por eludir el descenso, un combate despiadado que parece reunir en exclusiva al Málaga, Deportivo de La Coruña, Las Palmas y a la entidad azulgrana, presagia un final de curso despiadado y repleto de dramatismo. De nuevo las cuestiones anímicas adquieren trascedencia. Una semana más habrá que conjugar la destreza técnica, que hay que plasmar en el interior del campo, con una resistencia mental que se antoja supina para hacer frente a un desafío establecido que nace desde la complejidad y desde la dificultad.
Únicamente sobrevivirá, y por ende mantendrá su estatus de club vinculado al universo de LaLiga Santander, el más fuerte y aquel que administre mejor y soporte con mayor diligencia la presión que conlleva esta situación en el interior del césped. Es la filosofía darwinista traslada y aplicada a la disciplina del balón redondo. Y esa cruzada implica conjugar con el verbo del triunfo para cerrar de bruces un ciclo funesto y caótico. Se trata de una condición inexcusable para un equipo que hace semanas que busca el elixir de la victoria. Por cuestiones numéricas, obviamente porque la permanencia implica superar la frontera de los treinta puntos en la clasificación, y también por las cuestiones anímicas antes aludidas. El signo de la victoria trasmite una dosis de confianza, de autoestima y de decisión que ayudará al colectivo levantinista a la consecución de los retos.
Muñiz pierde para el duelo ante el Espanyol a Lerma y Chema por sanción, si bien recupera a Doukouré y a Jason como ha confirmado el preparador en la rueda de prensa previa a la cita liguera en las instalaciones del Ciutat. Así que deberá recomponer el eje de la defensa y la línea de medios. Enfrente surge la imagen de un Espanyol que llega al coliseo Orriols revitalizado tras someter al Real Madrid como local en el postrer minuto. Es innegable el abismo emocional y psíquico que distancia el gol conseguido en el último minuto por el Espanyol del encajado en esa misma secuencia por el Levante. Cualquier tipo de debate al respecto es estéril. La escuadra catalana llega al Ciutat de València sin encajar un gol en los últimos 245 minutos de la competición.