
Quizás la fecha del diecinueve de noviembre pasado adquiera dimensión si se centra la atención en la figura de Oier y la entente que mantiene con la entidad azulgrana. Es incuestionable que algo mutó desde un prisma personalizado. El escenario era el Estadio Gran Canaria. El partido tenía calado y significación para cada uno de los adversarios. El Levante y la U.D. Las Palmas medían sus fuerzas en el interior del verde. La angustia ahogaba al combinado dirigido por Paco Ayestarán. La victoria ejercía una fascinación evidente por el incalculable valor de los puntos. En la charla previa a la confrontación Muñiz subrayó en rojo el nombre de Oier. El arquero vasco surgía entre la nómina de los escogidos para afrontar la cita desde el epicentro de la superficie del terreno de juego. Desde otro prisma similar; el arquero detentó la condición de titular. El cancerbero abanderó, desde el arco, el equipo que apenas unas horas más tarde asaltaría los muros del feudo amarillo. Era su estreno en el ejercicio liguero en recorrido. Oier emergió en tierras canarias para mantener resguardada la portería defendida. El guardavalla echó el candado e incluso capitalizó la acción que desembocó en la diana de Doukouré después de dejar sentado en una baldosa a un atacante local en un prodigio de ataraxia.
El post-partido acentuó la consistencia de su figura. No fue una aparición fugaz. Una semana más tarde repitió en el coliseo del barrio de Orriols y su imagen no se ha desvanecido en el relato que marca la competición de Liga. Oier cerró 2017 amparando los tres palos que delimitan el espacio de la portería que defiende con pasión en cada una de las confrontaciones pautadas. El caso permite teorizar sobre las emociones antitéticas derivadas de la disciplina del balón redondo. 2017 supuso modificaciones radicales en el currículum personal del cancerbero nacido en Irún en 1989. El futbolista estrenó el año, que ya amenaza con ocultarse sobre el horizonte, vinculado a la meta del Granada en el universo de LaLiga Santander, si bien su nombre adquiría brillo en la agenda de la entidad levantinista. Y su estela parecía cotizar. Las prestaciones del arquero generaron consenso entre los inquilinos de la zona noble de la entidad azulgrana. Y los hechos se precipitaron tras la definitiva marcha de Remiro al Athletic Club de Bilbao.
En las jornadas finales de enero de 2017 quedó consignada la relación contractual que unió los destinos conjuntos de Oier y Levante. El guardameta permutó el cosmos de la Primera División por la categoría de Plata. Oier se despojó del pavor que genera la terrible pelea por eludir el abismo del descenso para imbuirse del espíritu osado y valeroso que entraña edificar el retorno a la elite. En la mudanza variaron las emociones adscritas al fútbol, si bien aterrizó en un equipo que marchaba en luna creciente tras imponer su jerarquía desde el principio de los tiempos en el ejercicio y proyectarse desde el vértice más elevado de la clasificación general. Su capacidad de aclimatación fue absoluta. En ese sentido, no hubo dudas. Su carácter tranquilo caló en el grupo. Quizás la máxima expresión de esa tendencia, que acentúa la colectividad, sobre las cuestiones de índole más individual, se manifestó tras la exhibición de canarias. Oier manifestó su sorpresa todavía en los subterráneos del estadio de Gran Canaria tras proteger el marco azulgrana en un intento por ensalzar y respetar el rendimiento de Raúl.
“No me lo esperaba. El entrenador me lo comunicó a mediodía. Yo entreno bien y estoy preparado, pero es cierto que Raúl estaba jugando bien. Igual la dinámica del equipo no era buena y el entrenador quiso hacer un cambio en la portería porque los tres porteros entrenamos bien”, advirtió a los medios del club unos días después desde la Ciudad Deportiva de Buñol. El discurso es tremendamente revelador. Oier compitió con Raúl por la titularidad desde su aterrizaje en la institución levantinista, si bien la ventaja del cancerbero formado en la cantera del Athletic Club era manifiesta en ese eje de la cronología por cuestiones más que obvias. En la disciplina hay situaciones que no se discuten. El rango del Zamora de la división nunca se puso en solfa en ese intervalo. En infinidad de ocasiones, la aportación de los jugadores con menos minutos sobre el césped se cifra y se valora en la capacidad para elevar la calidad de los entrenamientos diarios. Es un aspecto ensalzado por los técnicos. Puede que sea el caso. Oier nunca escatimó esfuerzos en el campo en cada entrenamiento. En realidad, es una constante en un bloque comprometido con la causa. Y aprovechó la coyuntura planteada por la Copa del Rey. En Girona asomó a la titularidad en el encuentro que inauguró la ronda de dieciseisavos de Final. Curiosamente, un mes después en el Ciutat no estuvo en la convocatoria dispuesta por Muñiz. Fue una revelación de la metamorfosis experimentada en el tramo final de 2017.