
Los hechos se precipitaron en el Estadio Gran Canaria. Aquel domingo de finales de noviembre de 2017 Oier fue escogido por Muñiz como guardián de la portería azulgrana. Quizás en las horas previas a la cita ante la U.D. Las Palmas no existieran indicativos tangibles de una variación al frente de la meta azulgrana. No había atisbo de debate, pero lo cierto es que el técnico asturiano confirmó la presencia del meta de Irún encabezando la alineación presentada en la charla previa al duelo al enfrentamiento ante la escuadra amarilla. Quizás todo comenzara antes en el tiempo. Quizás en la mente del preparador comenzara a adquirir fuerza y a perfilarse esa posibilidad como secuela de las prestaciones de Oier en el partido que inauguró la eliminatoria copera que cruzó al Levante y al Girona sobre el césped del Estadio Montilivi un mes antes. El arquero vasco coronó su estreno sobre la superficie del rectángulo de juego del ejercicio 2017-2018 con una actuación convincente y meritoria. Oier abonó la confianza y la seguridad en un duelo marcado por la diana de Boateng.
Fue una jornada de reivindicaciones desde un plano colectivo y también personal, por las transformaciones en el once presentado, que el guardameta aprovechó en su beneficio. Sus guantes se agigantaron aquella noche para guarecer su portería de las acometidas de los atacantes catalanes. La tendencia se mantuvo en la Isla del tesoro ante los delanteros del grupo que dirigía Paco Ayestarán. Nacía un duelo repleto de simbolismo por los condicionantes y también por su envoltorio. Aquella confrontación apenas necesitaba presentaciones. El signo de la victoria trascendencia para convertirse en un imán. El triunfo generaba una especial atracción entre los dos contendientes. El grado de necesidad de cada escuadra acentuaba su innegable valor. Oier alzó un muro inconmensurable sobre el que se edifico la victoria azulgrana. Doukouré y Jason fueron los goleadores.
El meta fue encarnación de la negación del gol y también el heraldo. No es un contrasentido, ni una paradoja. El relato que marcó la acción de la diana conquistada por el mediocampista africano brotó desde sus pies en una jugada que estremeció el corazón de los estamentos blaugranas por su osadía. El vértigo se apoderó del meta en una acción desenfrenada. El balón regresó a los dominios del cancerbero ante la mirada inmisericorde de los atacantes locales. Oier amortiguó el cuero mientras sentía el aliento de la vanguardia local sobre su cogote. Su instinto de supervivencia le llevó a burlar la vigilancia de los atacantes a un metro de la línea del gol con un regate seco. Cualquier error podía ser superlativo, pero fue la génesis del primer gol. Oier abrió hacia el costado izquierdo. Toño emergió para dirigir el cuero hacia las inmediaciones de la meta local. Doukouré hizo el resto con un remate de cabeza ajustado.
El Levante tomó Canarias para fortalecer su espíritu y su fe. Fue una victoria redentora. Oier adquirió galones en noventa minutos persuasivos para revitalizar su ánimo. “No me lo esperaba. El entrenador me lo comunicó al mediodía. Yo entreno bien y estoy preparado, pero es cierto que Raúl estaba jugando bien. Igual la dinámica del equipo no era buena y el entrenador quiso hacer un cambio en la portería porque los tres porteros entrenamos bien”, advirtió unas jornadas después de adquirir la titularidad. Su discurso es revelador: impera un sentido de pertenencia a la colectividad que supera las cuestiones estrictamente personales. Ese mensaje cala e impregna la concepción futbolística que defiende. Su aparición sobre el pasto no resultó testimonial. El meta se alistó en el choque siguiente ante el Atlético de Madrid. Y no se ha desviado de la ruta que conduce a la titularidad desde esa fecha. La prueba es más que evidente; una vuelta con Oier resguardando la portería granota.