
Quizás en la mente de Róber Pier la semana que hoy nace, desde un prisma deportivo, presente otro color y principalmente una cadencia que la distancia y la diferencia sobremanera de las desarrolladas con anterioridad en la epifanía de la competición liguera. El zaguero apenas ha variado el protocolo habitual en la primera jornada de trabajo de la actual semana que sirve de prólogo a una aventura mayestática ante el Real Madrid en el Estadio Santiago Bernabéu. Róber se ha presentado en la Ciudad Deportiva de Buñol con sus enseres dispuesto a ejercitarse con el grueso del colectivo en una acción que repite de manera cotidiana. Róber Pier se ha ajustado las botas de tacos, ha cruzado con determinación ese espacio que edifica una pertinaz frontera entre el interior del vestuario y el verde y no ha escatimado esfuerzos siguiendo las directrices establecidas por el preparador asturiano. En ese sentido, no ha habido variaciones sustanciales en sus manifestaciones cuando se posa sobre el césped para entrenar con el grupo. No obstante, la mutación estriba en las emociones que marcan el reencuentro con los entrenamientos.
Podría advertirse que Róber Pier pone su contador personal y particular a cero, coincidiendo con los días previos al envite ante la escuadra que prepara Zidane. No se trata de metáfora carente de significación partiendo de los distintos condicionantes que le obligaron a alejarse del epicentro de la acción que para cualquier futbolista representa el interior del rectángulo de juego. Róber Pier cayó preso de su pasado. La expulsión que sufrió en el transcurso del duelo que supuso la despedida del curso pasado ante el Huesca en el Ciutat de València propició que su rastro se perdiera en la confrontación que simbolizó el estreno de la competición ya en desarrollo. No hay dudas. Aquellos futbolistas deportados por los efectos de una doble amonestación o de una cartulina rojo directa sufren el destierro que entraña su inhabilitación para el duelo inaugural del siguiente ejercicio.
Es una cuestión que no lleva a equívocos. Sólo una posibilidad permite soñar con la redención; una amnistía por parte de la Real Federación Española de Fútbol. Este indulto suele concordar con un éxito de la Selección Española o una situación extraordinaria sin parangón durante el período veraniego de 2017. El nombre de Róber Pier aparecía tachado de la cita ante el Villarreal en el coliseo de Orriols en la apertura del curso. El calendario fue caprichoso al cruzar al Levante y al Deportivo en la siguiente batalla liguera. Se trata de la segunda variable que entra en liza en esta historia. La sociedad levantinista y la entidad coruñesa pactaron la cesión del defensor apenas unas semanas antes del inicio del campeonato. Entre los acuerdos se instauró que el futbolista no podría enfrentarse a su club de origen.
La concatenación estos dos factores eclipsó el ascendente de Róber Pier. No era posible su inclusión en las convocatorias dispuestas por Muñiz ante el Villarreal y Deportivo de La Coruña. La espera, que parecía eterna, adquirió una nueva dimensión por mor de la interrupción de LaLiga Santander ante la primacía de las Selecciones Nacionales y la clasificación para el Mundial de 2018 en Rusia. Sin embargo, el tiempo no es un componente estático. Ni tampoco inamovible. La condena toca a su fin, aunque esta situación tampoco respalda, ni garantiza su regreso. El central se manifiesta desde el pragmatismo. Su discurso está tamizado por la prudencia y por la cautela. Sabe de la dificultad que entraña volver, pero al menos se ha liberado de los grilletes que le convertían en un prisionero apartado de la competición.