
Un segundo en la disciplina del fútbol puede contener un valor incalculable. Quizás aconteciera en el transcurso del duelo ante el Real Madrid sobre el césped del Ciutat de València el pasado fin de semana. El tiempo que tardó Pazzini en armar su pierna para ejecutar la portería defendida por Keylor Navas fue breve desde una perspectiva estrictamente temporal. Fue una especie de detonación letal que provocó sobre los estamentos afines al levantinismo un torbellino de emociones. No obstante, el tiempo perdió esa dimensión más física para adquirir relevancia y significación por todo lo que implicó la diana del atacante transalpino, principalmente desde un prisma emocional. El aspecto posiblemente sea determinante. El gol cambió el semblante del levantinismo. El Levante rescató un partido que parecía resbalarse tras la diana conquistada por Isco superada la frontera con el minuto ochenta. Y enfrente surgía la imagen del poderoso Real Madrid, un hecho que acentúa todo lo ocurrido en esa secuencia espacial que protagonizó en primera persona el ariete azzurro en su estreno con la elástica blaugrana pegada a su piel. Todo parecía perdido sobre el césped del coliseo del barrio de Orriols cuando apareció Il Pazzo para recuperar la fe y la confianza.
El fútbol, en ocasiones, puede ser aniquilador. También contiene ese gen que le hace ser mudable. Las emociones que provoca son volubles. Un segundo; el contenido de una acción de efectos devastadores, permite alterar estados de ánimo que presagian los antagonismos. El Levante parece atravesar por una coyuntura que entronca con estas variables. Salió indemne del feudo de Riazor cuando caminaba por el purgatorio y tuvo capacidad para establecer una batalla dialéctica con la escuadra que prepara Zidane en el interior de la superficie del rectángulo de juego. Los últimos ciento ochenta minutos no han resultado indiferentes. No puede decirse que el Levante haya caído preso de la tibieza o de la apatía. Estos combates dejan algunas certezas; el grupo tiene coraje y tiene raza para enjugar las contradicciones que han ido surgiendo. Es un componente que hay que dimensionar por la importancia que presenta. Parece incontestable que hay un refuerzo espiritual a la vista de las impresiones captadas en las postreras apariciones sobre el césped.
En este contexto, marcado por la excitación, aparece el derbi de la capital del Turia. No obstante, no hay leyes, ni tampoco consignas que marquen la evolución de un derbi. Todo lo sucedido con anterioridad queda arrinconado. “Son partidos especiales” advirtió Antonio Luna en la jornada de ayer al evaluar el choque de pareceres sobre Mestalla. Son partidos para jugadores comprometidos. Los derbis hay que saber desenmascararlos. Y sobre todo hay que saber disputarlos desde la pasión y también desde el raciocinio. Las distancias menguan una vez los protagonistas del balón anclan sus botas a la superficie del campo. Con todo el derbi de mañana domingo en Mestalla no esconde un mensaje laberíntico. El verbo vencer conjuga al alza. En ese sentido, los puntos presentan un tremendo valor para dos escuadras que, desde prismas y desde desafíos distanciados, necesitan alimentar su granero; El Levante para emeger desde los puestos más calientes de la clasificación, en esa enconada e innegociable batalla que mantiene; el Valencia para cerrar un ciclo desgarrador marcador por seis derrotas enlazadas entre el formato de Liga y Copa. Muñiz rastrea en el interior de la plantilla para buscar un remplazo a la figura gigante de Lerma. El colombiano estará durante las próximas semanas en el ostracismo por mor de la lesión que se produjo en el choque ante el Real Madrid. El técnico recupera a Chema y Campaña.