Se trata de un anatema que persigue a Verza; una especie de maldición que le lleva a chocar de bruces con los tres palos que componen la portería contraria. Y no parece una simple y llana apreciación. “Tengo poca fortuna en el plano personal, pero son anécdotas”, señala con estoicismo. El embrujo de la madera podría resaltarse por una tendencia que se está repitiendo de manera constante a lo largo del ejercicio liguero en recorrido. La sentencia es literal. Tan solo hay que dirigir la mirada hacia el partido del pasado lunes en el Ciutat ante la U.D. Las Palmas para comprobar esta inercia. La memoria está muy fresca todavía. Deyverson enredó a la defensa contraria en las cercanías del área canaria. La acción acabó en falta y por allí apareció Verza para buscar una resolución convincente. Es un consumado especialista y como tal tira de galones para jerarquizar este tipo de acciones. A su lado aparecía Toño en una maniobra de confusión. En ese instante nadie dudaba de la decisión final. Verza arqueó su pierna derecha y el balón realizó un dibujo diabólico para ajustarse al palo largo de Varas. El cancerbero rozó el cuero con las yemas de los dedos lo suficiente para que el esférico colisionara con la madera. No obstante, fue el prólogo del gol y una nueva demostración palpable de la condena que sufre el futbolista en la competición.
Es indudable que el gol aplacó la frustración inmediata. “Por lo menos dos de los palos fueron goles”, confirma. Y es indudable que hay una reedición de estos hechos. Por su mente pasaron con velocidad unas imágenes concordantes con el coliseo azulgrana como principal testigo de excepción. Habría que remontarse a la tercera jornada del campeonato con el Sevilla como oponente. La sociedad de Nervión mandaba en el marcador, pero el espíritu insurrecto del grupo que entrenaba Lucas Alcaraz surgió en el nacimiento de la reanudación. Verza voleó con pasión un balón colgado que procedía desde el costado izquierdo del ataque granota. El cuero se estrelló con virulencia en el larguero para quedar inerte sobre la línea de gol. No parecía tener un dueño hasta que apareció Camarasa para aprovechar la coyuntura y remachar la igualada. Apenas unas semanas más tarde los hechos se repitieron con una maldita fidelidad.
El mediocentro apareció embozado en el área del Eibar para sacarse un latigazo que escupió el palo. Se escurrió el gol y el protagonista marchó lesionado. Y sin solución de continuidad, y con el Betis anclado al feudo de Orriols, una sedosa y delicada vaselina impactó con el palo. Fue el arranque de una jugada perversa. El rebote cayó en las botas de Deyverson y otra vez el larguero evitó una diana que ya se celebraba en el Ciutat. El destino es implacable y hasta diabólico con Verza. La buenaventura parece esquivarle en el momento supremo. No hay una respuesta clara al respecto. Resulta indudable que el jugador podría haber aumentado muy sensiblemente su caudal anotador hasta la fecha cifrado en dos goles, si se contabiliza la Liga BBVA y la Copa del Rey.
La distancia con el gol es, en ocasiones, muy angosta; cuestión de milímetros o de otros aspectos difíciles de cuantificar. Cosas de meigas dirían en tierras gallegas. Los dioses del fútbol parece que le han abandonado. “Si hubieran entrado llevaría cuatro o cinco goles”, destaca con resignación, pero el lamento conlleva un sentido colectivo. “Es posible que el equipo estuviera en otra disposición en la tabla”. Sin embargo, hay aspectos que se pueden resaltar del análisis efectuado. Desterrando la buenaventura, hay una información que acentúa sus prestaciones colectivas. Verza pisa el área de su adversario con frecuencia. “Hay que estar ahí”, corrobora. Es una constante a tenor de las ocasiones protagonizadas. Su condición de mediocentro no le impide implicarse y alistarse en nuevas aventuras. Y cruzar con decisión la línea del medio campo avistando la portería de su rival. Su movimiento es pendular. El contenido del dato está repleto de relevancia para un jugador cuyo centro de gravedad se sitúa la zona intermedia del rectángulo de juego. Quizás únicamente reste mudar la suerte o “que haya muchos palos y quede el balón a placer para un compañero”.