
“La respuesta del equipo al gol ha sido pasar por encima del Alavés”, advirtió Paco López en su análisis de la confrontación que ha cruzado al Levante y al Alavés en el interior del Ciutat de València. La reflexión no era anecdótica. El grupo granota tuvo que desterrar sus miedos después de la diana conseguida por el conjunto vasco en...
Un punto de intrepidez
Girona FC: Bono; Ramalho, Bernardo, Juanpe; Maffeo, Pere Pons, Álex Granell, Aday; Portu (Lozano, 76'), Borja García (Timor, 82') y Stuani.
Levante UD: Oier; Pedro López, Cabaco (Postigo, 82'), Róber Pier, Coke; Jason (Ivi, 75'), Lerma, Campaña, Morales; Boateng (Sadiku, 63') y Roger.
Árbitro: De Burgos Bengoetxea (Colegio Vasco). Amonestó a los levantinistas Roger (28'), Cabaco (29'), Jefferson Lerma (78').
Goles: 1-0, min. 53: Álex Granell. 1-1, min. 68: Morales.
El entrenador soñó con el triunfo en los minutos decisivos y lejos de alejar ese pensamiento de su cabeza, trasladó esa idea al colectivo. Y el duelo, en un escenario sumamente hostil para la mayoría de sus adversarios más cercanos en el tiempo, se consumió con el Levante tratando de agujerear la meta de la escuadra gironí. El hecho enfatiza el formato y la imagen exhibida por el combinado levantinista en un territorio difícil de domesticar. El desafío estaba presentado en virtud de las credenciales que singularizan a una escuadra que se ha licenciado con honores en su estreno en el marco de la Primera División. Su temporada es realmente de ensueño en su estreno formal en el marco de la elite y el salto al Viejo Continente gravita a su alrededor como una posibilidad fehaciente. El Levante fue capaz de poner una pica en Montilivi y de desnudar el gol. Lo hizo Morales en un instante determinante en la evolución del enfrentamiento.
Lejos de caer en un mar de dudas y lejos de aletargar su espíritu, el Levante encontró respuestas para sobreponerse a los acontecimientos perniiciosos tras el latigazo que soltó Granell en las proximidades del perímetro defensivo resguardado por Oier. El balón era inalcanzable; un obús teledirigido. Quizás fueran los intangibles a los que aludió Paco López en la previa a la cita liguera. Hay aspectos en la evolución de los duelos que no se pueden preveer. El disparo de Granell fue uno de estos. Es la magia de la disciplina del balompié. Perdonó Stuani un minuto después de la conquista del gol del equipo catalán, y no erró Morales en la siguiente aproximación en las cercanías de la portería rojiblanca. El Comandante domesticó, con un control orientado, un pase al espacio abierto de Lerma. En esas circunstancias. Morales suele ser letal porque su comportamiento es fiable. No se deja amedrentar por la congoja. El dibujo del gol se refleja en su mente con claridad. Rompió la cintura de Bono y anotó a puerta vacía.
Morales celebró el gol con profusión, junto al resto de sus compañeros, en un acto que confiere complicidad. La estampa era emocionante; una especie de conjura en un instante capital de la temporada. El Levante agitó su cabeza en busca de soluciones satisfactorias para reconducir la situación. En realidad, fue una constante durante un enfrentamiento de ida y vuelta. Las razzias fueron continuadas e cada una de las áreas. El Girona escogió el flanco derecho de su ataque en el primer acto para prodigarse. Por ahí sobresalió Portu, aunque fue Aday quien hizo temblar al arquero vasco desde la estrategia. En el Levante los desmarques de ruptura de Boateng hicieron trizas la defensa local. El atacante se plantó hasta en tres ocasiones ante Bono. La sociedad que efectuó con Roger y Morales le proyectó hacia el ataque. Solo el poste, tras combinar con El Pistolero, le privó del gol. Y en la reanudación las trazas no cambiaron.
El catálogo de virtudes del Levante en el coliseo de Montilivi fue excelso. Fue un equipo geométrico, en la ocupación de los espacios, y seguro de sí mismo con el cuero imantado a sus pies. Su discurso nunca varió. Ni tan siquiera tras el gol de Granell. Desde el orden, y desde una intensidad supina, fue creciendo para lograr confundir al Girona en la toma de sus decisiones. No suele ser una condición habitual que la escuadra de Machín conceda tantas oportunidades como local. Y fue el caso ante la mirada atónita de una grada que no acostumbra a padecer en un curso histórico. No suele claudicar el Girona como propietario y el Levante tuvo capacidad para negarle la sal y el pan del balón y su tenencia. La circunstancia redunda en la filosofía que impregna a un grupo que no descarta retar a su rival desde la ortodoxia que marca el fútbol, pero quizás hay un aspecto más superlativo si cabe. Se trata de un valor de enormes proporciones y afecta al estado anímico de un bloque que se siente liberado y revitalizado emocionalmente después de romper unas cadenas que le oprimían.