Eibar, el momento de mayor tensión para Preciado como conductor del banquillo granota
La temporada 2003-2004 nació bajo la advocación de un desafío titánico para el Levante; el reto inequívoco era regresar a la Primera División cuarenta años después de la única experiencia entre la elite del balompié español. Bajo la dirección técnica de Manuel Preciado, el colectivo mantuvo una consistencia admirable en el marco de la Segunda División. Por norma siempre ocupó la cabecera de la clasificación, con la excepción de la tercera jornada. Por aquellos tiempos los tres equipos que comandaban la tabla saltaban en dirección hacia la máxima categoría. El ejercicio, desde ese prisma, fue un ejemplo absoluto de regularidad. Sin embargo, un turbulento partido amenazó con alterar el rumbo del equipo granota.
Quizás el epicentro del seísmo estuviera en Eibar en el duelo adscrito a la jornada vigesimoséptima. Lo cierto es que aquel Levante atravesaba por una curva descendente. Los resultados obtenidos en las últimas comparecencias ligueras mostraban una tendencia hacia la regresión. La secuencia era ciertamente desoladora. La preocupación parecía instalarse en una sociedad que hacía de cada derrota un tratado de impaciencia. El percance en Eibar 2-0 fue el golpe más contundente y severo. El contratiempo se sumaba al empate ante el Ciudad de Murcia en el Ciutat y la derrota en Soria ante el Numancia. Correidora y Saizar dejaron al Levante al borde del abismo. Las miradas se centraron en Manuel Preciado desencadenando una atmósfera de tensión y de nerviosismo. Hay quien señala que Preciado estuvo virtualmente destituido en Eibar.
Manuel Preciado, un entrenador con una personalidad arrolladora y un liderazgo innegable, se encontró repentinamente bajo escrutinio. No era una situación novedosa. Ni en su carrera como preparador, ni durante su estancia en el Levante. El verano de 2003 con el bloque en fase de vertebración ya se cuestionaron sus métodos tras un ciclo de confrontaciones amistosas marcadas por la ausencia de victorias. Y ya sabe cómo se las gastaba aquel Levante. Los rumores de su inminente destitución circularon con fuerza tras el choque en Ipurua, aunque Villarroel apeló a la tranquilidad durante la semana siguiente. “El club está en calma total. Ni el máximo accionista, ni el pequeño está nervioso. Estamos peleando por algo importante y no se puede desestabilizar y dar nombres de entrenadores. Todo eso es falso. Le pido a la afición que apoye al Levante porque Valencia necesita tener dos equipos en Primera”.
Las jornadas posteriores a la derrota en Eibar fueron tumultuosa. El siguiente enfrentamiento contra el Tenerife se convirtió en un punto crucial para la permanencia de Manuel Preciado en el cargo. A pesar de los planteamientos defendidos por Villarroel, el ambiente en el Levante era de inquietud, exacerbado además por las consecuencias de los terribles atentados ocurridos el 11 de marzo de 2004 en Madrid. Los atentados terroristas que sacudieron la capital española dejaron una profunda huella en todo el país, generando un impacto emocional y social que también alcanzó al entorno del fútbol. El Levante, inmerso en su propia crisis deportiva, se vio afectado por el clima de conmoción y solidaridad nacional que surgió tras estos trágicos sucesos.
La tragedia y la incertidumbre rodeaban al equipo en un momento crucial del ejercicio. A pesar de las dificultades y la ausencia de jugadores clave como Jesule para el inmediato encuentro contra el Tenerife, el Levante logró canalizar la tensión en determinación y compromiso. Para contrarrestar las dificultades el técnico celebraba el regreso de Alexis al campo tras un partido de sanción. El zaguero era un jugador irrevocable en los esquemas del preparador cántabro. Félix se postulaba como recambio de Jesule en el eje de la zaga. La angustia conjugaba con el partido ante el Tenerife. Fue un partido de emociones refractarias para Preciado por todo lo que podía acontecer. El gol tempranero de Jofre y las heroicas intervenciones del portero Mora en los minutos finales sellaron una victoria crucial que sirvió como punto de partida para la redención del equipo.
Esa victoria no solo fue un impulso deportivo, sino un momento simbólico que marcó el comienzo de una espectacular remontada. La competición profundizaba hacia su ocaso y el Levante luchaba con firmeza por el ascenso. Una semana más tarde el Levante sometió al Sporting de Gijón en tierras asturianas (1-2) en un duelo entre dos firmes candidatos a la elite. Fue un triunfo superlativo con un valor que superaba en mucho la consecución de tres puntos nutritivos. Fue una victoria efervescente para un grupo tremendamente comprometido. Y el colectivo se alió con el signo de la victoria ante Almería (2-1) y Málaga B (1-5). El Levante reafirmó su liderazgo en el atardecer de la Liga. Solo dobló la rodilla en Vitoria con el Alavés como oponente (3-2). Las diez finales que cerraron el curso dejaron un bagaje de seis victorias, cuatro empates y el pinchazo de Vitoria. La resiliencia, unidad y determinación demostradas por el Levante, liderado por Manuel Preciado, convirtieron aquel turbulento momento en Eibar en un episodio emblemático de superación y éxito.